lunes, 11 de agosto de 2014

MARCHA SOBRE LA VÍA CARISA
Y
ACAMPADA EN EL CAMPAMENTO ROMANO DEL MONTE CURRIECHOS



        El fin de semana del 11 al 13 de julio de 2014, La legio VIIII Hispana, uno de los grupos de reconstrucción de la asociación Hispania Romana, realizó una extraordinaria actividad de experimentación.
   Con motivo del décimo aniversario de su primer evento, se planteó el desarrollo de una actividad extrema que fortaleciera el compromiso por el rigor experimental que desde su origen tiene la Legio VIIII Hispana.
Se decidió llevar a cabo una experiencia que desde hacía años se había convertido en un reto para todos, realizar la marcha de ida y vuelta sobre la Vía Carisa para poder acampar sobre los restos de los castra necessaria romanos del monte Curriechos.


   El desafío implicaba una marcha de ascenso desde la localidad leonesa de Pendilla, durante 12 kilómetros hasta alcanzar la base del
yacimiento romano. Acondicionar un sitio de acampada sobre los restos y pernoctar en el monte Curriechos a más de 1700 metros de altura. Finalizaría con una nueva marcha de descenso hasta el punto de partida. Pero evidentemente, el reto para la Legio VIIII Hispana no sería sólo una experiencia de montaña, sino que sometería a los participantes y sus equipos completos de impedimenta a una situación de supervivencia real pertrechados como legionarios. Este tipo de experiencias siempre han sido la esencia y el rasgo diferenciador del grupo, por lo que el hito que debiera procurar la propuesta radicaba en esta ocasión en su dureza extrema.






   La Vía Carisa fue una de las vías abiertas durante la penetración de la conquista romana en el territorio astur. Su denominación recuerda el nombre del pretor de la Lusitania que comenzó el
bellum asturicum, sobre el 25 a.C. Desde los núcleos campamentales asentados a los pies de la cordillera cantábrica, como en este caso pudo ser León y los castra de la Legio VI Victrix, la vía ascendía hasta alcanzar un cordal que le asegurara la mayor penetración




sobre el territorio astur trasmontano sin riesgo de emboscadas, al discurrir próxima a las cimas. Actualmente, este cordal se corresponde con la denominada sierra de Carrocera. Desgraciadamente, la bibliografía de la época respecto a este conflicto es tan escasa, que no podemos ni siquiera reconocer hechos históricos ligados a la propia vía y al campamento romano que la custodiaba sobre el Monte Curriechos.
El campamento del Curriechos o pico Boya, a más de 1700 metros de altura, se trata de uno de los yacimientos legionarios localizados a mayor altura.

El enclave, aún reconocible sobre el terreno, estaba condicionado por la necesidad de acampar en altura, asegurando los contingentes allí alojados, la necesidad de asegurar un manantial que surge a sus pies y la de defenderse de la propia contraofensiva astur, que a menos de un kilómetro contaba con sus propios muros defensivos, cortando el acceso mismo de la Vía Carisa al interior de Asturias. Su planimetría completamente irregular, se disponía en sucesivos anillos de terrazas y fosos en torno a la cumbre del monte, que se ampliaba hacia la ladera suroeste en forma triangular delimitada por una fossa fastigata, con objeto de dejar dentro del recinto una surgencia de agua, a la vez que se habilitaba como espacio de acampada mediante terrazas. Otros fosos y posibles recintos reforzaban exteriormente el conjunto.
  
  Los restos localizados por las campañas arqueológicas realizadas y en especial las últimas llevadas a cabo por Jorge Camino, Yolanda Viniegra y Rogelio Estrada ponen de relieve que se pudo tratar además de un campo de batalla, si podemos atribuir “campo” a tal orografía. Aún hoy impresiona descender completamente embebido dentro del foso doble que se precipita sobre la pendiente ladera. Igualmente sobrecoge cuando con una simple mirada en rededor se comprende su enorme valor estratégico, cuando a tan sólo unos pocos kilómetros de la meseta ya se puede apreciar incluso el mar y la bahía de Gijón dejando a sus pies los valles del Lena y el Aller.
Si el valor histórico y arqueológico no fuera un reclamo en sí, podríamos sumar además la experiencia de vivirlo como lo hicieron hace dos mil años aquellos legionarios que recreamos.
Cada participante realizaría la marcha con su equipo de combate legionario completo, más su correspondiente furca, con todo el material de intendencia personal. Se ajustaría todo el material al momento recreado, no pudiendo llevar ningún elemento de la actualidad. Únicamente un vehículo todoterreno, desplazado el día anterior hasta las proximidades del monte Curriechos, nos subiría los elementos para montar el campamento y aseguraría un rápido descenso de emergencia.
Las condiciones impuestas por el propio planteamiento exigían asegurarse alimento, agua y abrigo para toda la actividad en la impedimenta personal de cada participante. El ajuste entre estas necesidades y su peso debía estar muy medido, siendo preferible asumir carencias antes que sobrecargarse de un peso que impidiera culminar el reto. No se podría emplear nada que no hubiese sido portado por cada legionario durante la marcha.
  
 Temíamos condiciones climatológicas adversas en altura y las temperaturas inferiores a 5º C si la niebla no amortiguaba el descenso térmico de la noche. 

  Días antes, las previsiones meteorológicas amenazaban con convertir la experiencia en extremadamente dura. Sin embargo, se pudo realizar la marcha en condiciones inmejorables.

 Estas condiciones fueron asumidas por ocho asociados de Hispania Romana. Siete de ellos legionarios y una mujer de civil perteneciente a la cannaba asociada a la propia Legio VIIII Hispana.
La noche del viernes se destinó a evaluar los equipos y ultimar sus ajustes. Igualmente se recapituló toda la información sobre la experiencia y el estudio de los mapas de la marcha, única licencia que nos acompañaría en el desafío.
La marcha de ascenso se inició a primera hora de la mañana desde la localidad leonesa de Pendilla, sobre la misma Vía Carisa. Enseguida pudimos comprobar que el peso de las furcae, con mayor ropa de abrigo que en experiencias anteriores, podría hacer muy sacrificada la ascensión, especialmente durante los primeros cuatro kilómetros hasta que la vía alcanza la altura del cordal de la sierra de Carrocera.
   A pesar de la existencia de manantiales durante el trayecto, dadas las fechas y el pastoreo en altura, consumimos sólo el agua que transportábamos para evitar posibles infecciones, por lo que tuvimos que racionarla muy bien durante los 12 km. Puesto que tampoco podríamos transportar litros de más que sumaran aún más peso.


   Preferimos dejar el número de paradas de descanso a criterio del grupo y las posibles eventualidades de la marcha. En ellas se reponía agua y energía gracias fundamentalmente a los frutos secos que eran susceptibles de existir en la época. Como siempre, evaluábamos la idoneidad de las furcae y aportábamos sugerencias de mejora.
La dureza del ascenso obligó a prolongar la marcha bajo condiciones de calor inapropiadas, siendo aún más limitada el agua que llevábamos.
  Cuando el grupo alcanzó la base del monte Curriechos el enorme sacrificio se convirtió en orgullo personal y colectivo, pero no se podía perder tiempo. 




El temor a una rápida alteración de las condiciones climatológicas, algo muy habitual en una cumbre localizada entre los ambientes cantábrico y meseteño, nos obligó a inmediatamente después de llegar acondicionar la acampada. Momentos después, finalizamos el castrum entre la niebla.

   Tras montar la tienda, como si de una experiencia de supervivencia se tratase, el tiempo no se podía desperdiciar sin asegurar unas condiciones mínimas de seguridad y comodidad antes de que la noche cayera. Por ello se comenzó con el encendido artesanal de una hoguera haciendo uso de chisquero y yesca. En esta ocasión podíamos encender fuego, ya que se permite en la altura de nuestra acampada.

Por su novedad, la forma ancestral del encendido y su poder hipnótico natural se convirtió en una de las mejores experiencias de la actividad.



Acomodados en torno al fuego pudimos ver cómo la niebla caía por debajo de nuestra altura, dejando desnudas las cumbres y permitiéndonos disfrutar de la puesta del sol sobre el mar de nubes. Pudimos finalmente cenar el alimento de nuestras sarcinae al calor de la hoguera, que fundamentalmente consistió en buccelatum, embutidos aceptables para la época, algún pequeño caldo de legumbres y fruta. Por la noche, la luna llena característica de nuestros castras, resplandecía sobre el lecho de nubes que aún estaba a nuestros pies. Estas imágenes quedarán gravadas para siempre, entre los que dos mil años después, volvimos a acampar sobre el monte Curriechos como legionarios romanos.




   Pero el temor a la caída de temperatura volvía a contemplarse, al permanecer la niebla sin cubrirnos en una noche rasa. Sin embargo, la ropa de abrigo portada durante la marcha fue suficiente para no experimentar más frío que en otras ocasiones. Era hora de descansar y recuperar fuerzas para el descenso.
El día del domingo amaneció con las nubes por debajo de nosotros. Lamentablemente no podríamos ver la bahía de Gijón, pero sí la línea sobre la que el manto de nubes se rompía sobre el mar. La mañana sería ideal para la visita al yacimiento y comprobar su valor estratégico.
La marcha de vuelta, con otros 12 km. deshaciendo el tramo de la Vía Carisa que nos llevó hasta el monte Curriechos, pudimos hacerla con mayor calor, pero con la comodidad de un descenso predominante.
La experiencia más extrema de experimentación recreacionista llevada a cabo por Hispania Romana había finalizado. Era el momento de compartirla con orgullo entre los que allí nos pudimos abrazar y el resto de los miembros de nuestra asociación Hispania Romana, puesto que para honrarla la dedicamos nuestro sacrificio.




miércoles, 26 de febrero de 2014

CASTRA LEGIONIS VIIII
HISPANA MACEDONICA TRIUMPHALIS VICTRIX


  La Asociación Hispania Romana  se creó con el ánimo de aprender e indagar en la historia y  vida de nuestros antepasados de hace 2000 años. Esto le da cierta particularidad respecto a otras asociaciones reconstruccionistas cuyos miembros disfrutan especialmente  "vistiendose" de romano sobre el asfalto en actividades públicas. No es que HR no participe en tal tipo de actividades para poder dar cumplimiento a su carácter divulgativo,  pero donde realmente la mayoría de sus socios se encuentra mas en su "salsa" es en este otro tipo de actividades privadas donde se intenta, en la medida de lo posible, acercarse, aun por unos pocos días, a las duras condiciones del pasado.








  Plásticos, alimentos pre-cocinados, envases modernos, medios eléctricos de iluminación, relojes ...  son sustituidos por  vasijas de cerámica, alimentos  consumidos en la época,  la tenue luz de una candela ( o exclusivamente de la luna), y el sol, o el desplazamiento de las estrellas, para calcular la hora.




   El cemento es sustituido por caminos o veredas pedregosas. En algún caso armamento, cota y túnica se carga sobre el escudo para vadear algún río y la caminata por tal o cual parque, en esta o aquella ciudad, se reemplaza por una dura marcha cargados con toda la impedimenta, en unos casos, o solo con el equipo de combate en otros,  durante una marcha kilométrica.





    Mas de una vez , con los primeros  rayos del sol, mientras la silueta de la antigua Numancia se dibujaba ya en el horizonte, la legio VIIII, desde los campamentos donde  acamparon un día las tropas de Novilior o Catón, el viejo  censor, se han equipado en el frío de la madrugada soriana para comenzar una marcha sobre la heroica ciudad .














   35-40 Kg de carga a la espada,  algo menos de 20 Km de caminata, entre  ida y vuelta , la vista aproximándose  de la ciudad que  resistió once largos años a las legiones de Roma, unos pocos frutos secos, tal vez algo de mulsum en la cantimplora ademas de una abundante ración de agua, quizás con unas gotas de vinagre,  y,   por fin, un ultimo gran esfuerzo, una carrera al asalto para culminar el cerro donde se asienta la




ciudad, dan a este mundo  de "recrear" otro punto de vista y otro interés  el de "revivir" ( en la medida de lo posible) una experiencia en el que se junta al camino meramente físico otro mas personal, el de la introspección. 



   Como en todo hay quien prefiere más la comodidad e intenta distraerse de alguna actividad campamental "desapareciendo" de la vista de los mandos. Siempre habrá cierta pugna entre los mas puristas y quien desea alguna comodidad quejándose de la dureza del suelo y el poco abrigo de un sagun sobre el cuerpo durante la gélida noche, pero al final siempre la experiencia ha sido altamente satisfactoria y a aquellos que reinciden año tras año los ha unido en una verdadera hermandad difícil de conseguir de otro modo.



   Todo esfuerzo tiene su recompensa y esta es mayor que las penurias, que indudablemente, año tras año, también se presentan. A veces el "escalpelum" (bisturí) del "medicus ordinarius"(el que acompañaba a la legión en desplazamiento ) ha tenido que actuar  a la sombra de alguna frondosa encina, como ya se hacia  2.000 años antes, para aliviar las lesiones producidas por la marcha, o los compañeros han tenido que elevar sus escudos a modo de parasol ante un imprevisto golpe de calor .




No importa,  golpes, heridas,  ampollas, el cansancio, en algún momento hasta la extenuación, nada importa siempre al final , os lo dice un veterano, la experiencia merece grandemente la pena.