MARCHA SOBRE LA VÍA CARISA
Y
ACAMPADA EN EL CAMPAMENTO ROMANO DEL MONTE CURRIECHOS



        El fin de semana del 11 al 13 de julio de 2014, La legio VIIII Hispana, uno de los grupos de reconstrucción de la asociación Hispania Romana, realizó una extraordinaria actividad de experimentación.

   Con motivo del décimo aniversario de su primer evento, se planteó el desarrollo de una actividad extrema que fortaleciera el compromiso por el rigor experimental que desde su origen tiene la Legio VIIII Hispana.
Se decidió llevar a cabo una experiencia que desde hacía años se había convertido en un reto para todos, realizar la marcha de ida y vuelta sobre la Vía Carisa para poder acampar sobre los restos de los castra necessaria romanos del monte Curriechos.


   El desafío implicaba una marcha de ascenso desde la localidad leonesa de Pendilla, durante 12 kilómetros hasta alcanzar la base del
yacimiento romano. Acondicionar un sitio de acampada sobre los restos y pernoctar en el monte Curriechos a más de 1700 metros de altura. Finalizaría con una nueva marcha de descenso hasta el punto de partida. Pero evidentemente, el reto para la Legio VIIII Hispana no sería sólo una experiencia de montaña, sino que sometería a los participantes y sus equipos completos de impedimenta a una situación de supervivencia real pertrechados como legionarios. Este tipo de experiencias siempre han sido la esencia y el rasgo diferenciador del grupo, por lo que el hito que debiera procurar la propuesta radicaba en esta ocasión en su dureza extrema.






   La Vía Carisa fue una de las vías abiertas durante la penetración de la conquista romana en el territorio astur. Su denominación recuerda el nombre del pretor de la Lusitania que comenzó el bellum asturicum, sobre el 25 a.C. Desde los núcleos campamentales asentados a los pies de la cordillera cantábrica, como en este caso pudo ser León y los castra de la Legio VI Victrix, la vía ascendía hasta alcanzar un cordal que le asegurara la mayor penetración




sobre el territorio astur trasmontano sin riesgo de emboscadas, al discurrir próxima a las cimas. Actualmente, este cordal se corresponde con la denominada sierra de Carrocera. Desgraciadamente, la bibliografía de la época respecto a este conflicto es tan escasa, que no podemos ni siquiera reconocer hechos históricos ligados a la propia vía y al campamento romano que la custodiaba sobre el Monte Curriechos.
El campamento del Curriechos o pico Boya, a más de 1700 metros de altura, se trata de uno de los yacimientos legionarios localizados a mayor altura.

El enclave, aún reconocible sobre el terreno, estaba condicionado por la necesidad de acampar en altura, asegurando los contingentes allí alojados, la necesidad de asegurar un manantial que surge a sus pies y la de defenderse de la propia contraofensiva astur, que a menos de un kilómetro contaba con sus propios muros defensivos, cortando el acceso mismo de la Vía Carisa al interior de Asturias. Su planimetría completamente irregular, se disponía en sucesivos anillos de terrazas y fosos en torno a la cumbre del monte, que se ampliaba hacia la ladera suroeste en forma triangular delimitada por una fossa fastigata, con objeto de dejar dentro del recinto una surgencia de agua, a la vez que se habilitaba como espacio de acampada mediante terrazas. Otros fosos y posibles recintos reforzaban exteriormente el conjunto.
  
  Los restos localizados por las campañas arqueológicas realizadas y en especial las últimas llevadas a cabo por Jorge Camino, Yolanda Viniegra y Rogelio Estrada ponen de relieve que se pudo tratar además de un campo de batalla, si podemos atribuir “campo” a tal orografía. Aún hoy impresiona descender completamente embebido dentro del foso doble que se precipita sobre la pendiente ladera. Igualmente sobrecoge cuando con una simple mirada en rededor se comprende su enorme valor estratégico, cuando a tan sólo unos pocos kilómetros de la meseta ya se puede apreciar incluso el mar y la bahía de Gijón dejando a sus pies los valles del Lena y el Aller.
Si el valor histórico y arqueológico no fuera un reclamo en sí, podríamos sumar además la experiencia de vivirlo como lo hicieron hace dos mil años aquellos legionarios que recreamos.
Cada participante realizaría la marcha con su equipo de combate legionario completo, más su correspondiente furca, con todo el material de intendencia personal. Se ajustaría todo el material al momento recreado, no pudiendo llevar ningún elemento de la actualidad. Únicamente un vehículo todoterreno, desplazado el día anterior hasta las proximidades del monte Curriechos, nos subiría los elementos para montar el campamento y aseguraría un rápido descenso de emergencia.
Las condiciones impuestas por el propio planteamiento exigían asegurarse alimento, agua y abrigo para toda la actividad en la impedimenta personal de cada participante. El ajuste entre estas necesidades y su peso debía estar muy medido, siendo preferible asumir carencias antes que sobrecargarse de un peso que impidiera culminar el reto. No se podría emplear nada que no hubiese sido portado por cada legionario durante la marcha.
  
 Temíamos condiciones climatológicas adversas en altura y las temperaturas inferiores a 5º C si la niebla no amortiguaba el descenso térmico de la noche. 

  Días antes, las previsiones meteorológicas amenazaban con convertir la experiencia en extremadamente dura. Sin embargo, se pudo realizar la marcha en condiciones inmejorables.

 Estas condiciones fueron asumidas por ocho asociados de Hispania Romana. Siete de ellos legionarios y una mujer de civil perteneciente a la cannaba asociada a la propia Legio VIIII Hispana.
La noche del viernes se destinó a evaluar los equipos y ultimar sus ajustes. Igualmente se recapituló toda la información sobre la experiencia y el estudio de los mapas de la marcha, única licencia que nos acompañaría en el desafío.
La marcha de ascenso se inició a primera hora de la mañana desde la localidad leonesa de Pendilla, sobre la misma Vía Carisa. Enseguida pudimos comprobar que el peso de las furcae, con mayor ropa de abrigo que en experiencias anteriores, podría hacer muy sacrificada la ascensión, especialmente durante los primeros cuatro kilómetros hasta que la vía alcanza la altura del cordal de la sierra de Carrocera.
   A pesar de la existencia de manantiales durante el trayecto, dadas las fechas y el pastoreo en altura, consumimos sólo el agua que transportábamos para evitar posibles infecciones, por lo que tuvimos que racionarla muy bien durante los 12 km. Puesto que tampoco podríamos transportar litros de más que sumaran aún más peso.


   Preferimos dejar el número de paradas de descanso a criterio del grupo y las posibles eventualidades de la marcha. En ellas se reponía agua y energía gracias fundamentalmente a los frutos secos que eran susceptibles de existir en la época. Como siempre, evaluábamos la idoneidad de las furcae y aportábamos sugerencias de mejora.
La dureza del ascenso obligó a prolongar la marcha bajo condiciones de calor inapropiadas, siendo aún más limitada el agua que llevábamos.
  Cuando el grupo alcanzó la base del monte Curriechos el enorme sacrificio se convirtió en orgullo personal y colectivo, pero no se podía perder tiempo. 




El temor a una rápida alteración de las condiciones climatológicas, algo muy habitual en una cumbre localizada entre los ambientes cantábrico y meseteño, nos obligó a inmediatamente después de llegar acondicionar la acampada. Momentos después, finalizamos el castrum entre la niebla.

   Tras montar la tienda, como si de una experiencia de supervivencia se tratase, el tiempo no se podía desperdiciar sin asegurar unas condiciones mínimas de seguridad y comodidad antes de que la noche cayera. Por ello se comenzó con el encendido artesanal de una hoguera haciendo uso de chisquero y yesca. En esta ocasión podíamos encender fuego, ya que se permite en la altura de nuestra acampada.

Por su novedad, la forma ancestral del encendido y su poder hipnótico natural se convirtió en una de las mejores experiencias de la actividad.



Acomodados en torno al fuego pudimos ver cómo la niebla caía por debajo de nuestra altura, dejando desnudas las cumbres y permitiéndonos disfrutar de la puesta del sol sobre el mar de nubes. Pudimos finalmente cenar el alimento de nuestras sarcinae al calor de la hoguera, que fundamentalmente consistió en buccelatum, embutidos aceptables para la época, algún pequeño caldo de legumbres y fruta. Por la noche, la luna llena característica de nuestros castras, resplandecía sobre el lecho de nubes que aún estaba a nuestros pies. Estas imágenes quedarán gravadas para siempre, entre los que dos mil años después, volvimos a acampar sobre el monte Curriechos como legionarios romanos.




   Pero el temor a la caída de temperatura volvía a contemplarse, al permanecer la niebla sin cubrirnos en una noche rasa. Sin embargo, la ropa de abrigo portada durante la marcha fue suficiente para no experimentar más frío que en otras ocasiones. Era hora de descansar y recuperar fuerzas para el descenso.
El día del domingo amaneció con las nubes por debajo de nosotros. Lamentablemente no podríamos ver la bahía de Gijón, pero sí la línea sobre la que el manto de nubes se rompía sobre el mar. La mañana sería ideal para la visita al yacimiento y comprobar su valor estratégico.
La marcha de vuelta, con otros 12 km. deshaciendo el tramo de la Vía Carisa que nos llevó hasta el monte Curriechos, pudimos hacerla con mayor calor, pero con la comodidad de un descenso predominante.
La experiencia más extrema de experimentación recreacionista llevada a cabo por Hispania Romana había finalizado. Era el momento de compartirla con orgullo entre los que allí nos pudimos abrazar y el resto de los miembros de nuestra asociación Hispania Romana, puesto que para honrarla la dedicamos nuestro sacrificio.


Octavianvs





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UNA EXPERIENCIA DE "A PIE"


          Partimos de Pendilla ( Villamarín ) en la provincia de León o mas bien debería decir en tierras de astures cismontanos, para, serpenteando entre los
distintos montes, ascender por tierra de los astures trasmontanos hasta cubrir los 1728 m. que coronan el pico Curriechos. La actual vía Carisa sigue más o menos paralela  a la antigua romana, algo más pegada a las cumbres en previsión de posibles emboscadas.



Si alguien quiere hacer una vi
sita al yacimiento decir que la marcha, de apenas unos 12 Km., es de un ascenso fácil y cómodo, no hay grandes pendientes y puede subirse y bajarse con facilidad en el mismo día. Fueron las circunstancias, el querer rememorar a nuestros antepasados de hace dos milenios las que hicieron el ascenso un infierno.
   El vienes por la noche rematamos los preparativos "estratégicos" del ascenso, lugar de acampada, agua, frío, posibilidades de evacuación...
 La mayor parte del tiempo, hablo por mí pero creo poderlo hacer extensivo al resto de los compañeros, se pasó haciendo y deshaciendo la furca, haciendo cábalas entre el no poder llegar por un exceso de peso y el no poder aguantar el frío que la siguiente noche habría que sufrir (días previos el termómetro había caído por debajo de los 0º C. y tenia constancia de temperaturas en estas mismas fechas de otros años, por debajo de los -5º C. )



  Paramos en Pendilla y marcialmente comenzamos el ascenso, una suave pendiente (como es propio del buen hacer de los ingenieros de hace dos mil años), rodeados de brezo y algunos árboles más escasos cuánto más alta se hacia la cota.
No pasaron más de 3 o 4 km cuando para mí se hizo patente que en ese decidir entre peso y frío, había sobrevalorado el riesgo del frío y mi capacidad física. Cada paso se iba convirtiendo en un jadeante sufrimiento, pero seguíamos, luego cada paso era extenuación y dolor pero ver a los compañeros obligaba a seguir hasta que llegó un momento en que sufrimiento, jadeo y dolor se convirtieron en absoluta imposibilidad.
 No es la primera vez que uno mide mal sus fuerzas y se percata en el monte de ello, pero me duele confesar que ha sido la primera vez que me he sentido viejo en el monte. Me
entró una tristeza profunda. No era el no poder mas, el no conseguir la meta, tanto o mas que eso pesaba en mi que iba a estropear tan deseada y preparada actividad a los compañeros, debo decir, mejor, amigos.
Estuvieron apunto de saltárseme las lagrimas, quería seguir pero mis piernas no  dejaban ¿qué hacer?

¡Seguir ya os alcanzaré ! Le dije a alguno. En particular
recuerdo decírselo a Aulo. Este, sereno, me respondió (no
literalmente) ¡ vamos todos, a nadie dejamos atrás ! No tenía fuerzas, habíamos parado unos escuetos minutos pero seguía jadeando. Unos segundos de silencio e insistí ¡SEGUIR ya os alcanzaré! La respuesta de Aulo fue lacónica ¡NO! . Fue un no tranquilo, en voz baja, amistoso, a la vez que autoritario y al decir autoritario no debe interpretarse como la orden impuesta desde la prepotencia, todo lo contrario, fue la “auctoritas”, de aquel que ha de tomar una decisión en un momento delicado, desde la experiencia y el reconocimiento por el interlocutor de unos principio moral..


    Cerré los ojos, me mordí el labio y seguimos la marcha. Me fijé, uno tras otro, en el siguiente paso intentando olvidar que era al menos el doble de lo ya recorrido y, calculando, otras 4 o 5 horas mas de incierto camino. ¿Como llegue?


Sinceramente mal, pero llegue, llegamos todos. Llegamos por pundonor (llamemolo “dignitas”), anteponiendo la meta del grupo a unas piernas flaqueantes (hace dos milenios lu hubiéramos llamado “severitas”y/o “gravitas”) pero sobre
todo, sobre todo, por compañerismo, ni ellos me iban a dejar abandonados ni yo estaba dispuesto a fallarles. Toda la “veritas”para con los compañeros como ellos la tuvieron para conmigo.

El tiempo se portó, ni frío ni calor, en el camino. La llegada un duro repecho entre niebla. Según me cuentan los primeros en llegar (que aparecían ante mis ojos , cubiertos por la pauenula, como sombras que hacían pensar que estuviera

esperando en la cumbre la Santa Compaña) unos y otros íbamos apreciando como espíritus dos mil años perdidos cuya silueta, poco a poco, entre la blanquecina y oscilante niebla iba dibujándose, cuando aquella iba dejando espacio a una forma mas humana resaltaban las caras desencajadas de un sufrimiento largamente contenido.

En lo que a mí respecta, cuando fui capaz de llegar recuerdo que deje caer furca y escudo en el suelo ( aún tuve la capacidad de discernir donde no había una boñiga de vaca) Caí de rodillas, me deshice como pude de pugio, gladius, balteus y cota para caer de bruces, boca arriba ( con la misma precaución respecto que antes), sobre el suelo. El agua se me había agotado cientos de km. antes de llegar a la cima, tenía gran sed, la lengua pegada, sabía que había agua a no mas de 5 metros pero ni fuerza para levantarme ni para pedirla. La fuerza de la gravedad se había multiplicado en aquel momento por cien, y ni mi cuerpo podía moverse, ni mi garganta articular palabra. A los pocos minutos un alma generosa se acercó por mis pies y me arrojo sobre la espalda una manta, la verdad es que en aquel momento no sentía ni frío ni calor, solo me dió tiempo a pensar “esto es lo que hacen con los cadáveres”....



  A partir de aquí las fuerzas fueron reapareciendo y tras beber, fui consciente (creo poder decir que fuimos conscientes), que el esfuerzo había merecido en todos los

aspectos la pena. Se montó la tienda, se encendió fuego (ahora entiendo por que a èste lo llaman “hogar”) La niebla se fue disipando por voluntad de un suave Aquilon, el viento del norte, (que a la mañana siguiente nos obsequió despertándonos con sus caballos rodeando el campamento). 




     Al bajar la niebla quedó cubriendo toda Asturias, menos sus picos más altos, por un mar de resplandecientes nubes donde un extraño arco iris, pues nacía y moría sobre nubes y se modificaba con nuestros movimientos sobre la cumbre anunciaba un espectáculo prodigioso.





  Dice la Iliada que Iris es mensajera de los dioses y estoy dispuesto a aceptarlo, pues al poco, el carro de Apolo, Sol Invictus, nos daba la bienvenida a la par que se despedía lentamente por el occidente mientras por el oriente Selene la Titánida, mutada en Artemisa, agradecía nuestra presencia






apareciendo magnificente  con la parsimonia y pompa propia de la diosa. A partir de aquí fue como estar en la cumbre del Olimpo, por encima de los humanos y lo humano. Pero esos es otra historia y no se si mis pobres palabras podrían describirlo.

















 M. Ful. Toletanvs.             

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